
El festín de Babette, producción danesa de 1987, juega mucho con el elemento del silencio. Los escuetos diálogos, los movimientos cautelosos y comedidos de los protagonistas, la ausencia de grandes imprevistos… Parece que todo ello debería sumergir al público en un estado tedioso o de gran aburrimiento, y sin embargo no es así.
El exceso de silencios tiene algo de cautivador, porque en este caso nos permiten adentrarnos en la conversación y comprender la relevancia del momento e incluso reflexionar sobre sus propias reflexiones casi nunca verbalizadas. Son silencios que llevan a un ejercicio intelectual del que lo está viendo.
El exceso de silencios tiene algo de cautivador, porque en este caso nos permiten adentrarnos en la conversación y comprender la relevancia del momento e incluso reflexionar sobre sus propias reflexiones casi nunca verbalizadas. Son silencios que llevan a un ejercicio intelectual del que lo está viendo.